[…] es decir, lo que es deber se
impone por sí mismo a cualquiera; en cambio, lo que proporciona verdaderas
ventajas duraderas, si se pretende que se extiendan a toda la existencia, va
envuelto en impenetrable oscuridad y requiere mucha prudencia para adaptar a los
fines de la vida, aunque sólo sea de modo tolerable, las reglas prácticamente
enderezadas a tal finalidad, a base de buscarles hábilmente excepciones. […]
Obedecer el imperativo
categórico de la moralidad es cosa que en cualquier momento está al alcance de
todos, mientras que sólo raras veces ocurre así con los preceptos
empírico-condicionados de la felicidad, y dista mucho de ser posible para
todos, aun respecto de un solo propósito. La causa es que en el primero importa
sólo la máxima, que debe ser auténtica y pura, mientras que en los segundos
entran también en juego las energías y aun el poder físico para convertir en
real un objeto anhelado. Sería vano el imperativo que ordenara a todos que
trataran de hacerse felices, pues no se ordena a nadie lo que indefectiblemente
quiere ya de suyo.
[Kant, Inmanuel,
Crítica de la razón práctica, Trad. de J. Rovira Armengol]
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